Había una vez
un árbol que daba sombra al patio de una escuela permitiendo a los niños jugar
en el receso protegidos de los efectos que producen los rayos directos del sol.
Un día se apareció la nube oscura de la contaminación, cubrió el árbol, le
envenenó las hojas y éstas cayeron al suelo sin vida. El árbol realizó un gran
esfuerzo y a los pocos días logró que le retoñaran nuevas hojas. A los pocos
días la nube volvió a pasar, repitiendo su acto de crueldad. Cada vez que
nacían nuevas hojas la nube regresaba con su macabra tarea, hasta que el árbol
se cansó y decepcionado no volvió a producir ni una sola hojita. Entonces a uno
de los niños, al ver el árbol desnudo, se le ocurrió una idea. “Vamos a buscar
–dijo a sus compañeritos- muchos papeles para dibujar en ellos bastantes hojas”.
Los niños y las niñas se pusieron a trabajar, pintaron muchas hojas y las
recortaron. Luego se subieron al árbol y las pegaron por todas las ramas de la
desnuda mata. Cuando la nube regresó y vio al árbol cubierto de hojas
verdecitas, lo volvió a envolver con sus gases tóxicos y se alejó segura de
haberlas envenenado. Pocos días después, al ver que el árbol seguía luciendo su
nutrida fronda, se acercó de nuevo para envenenar las hojas. Cansada de
insistir, pensando que ya sus gases no causaban el efecto destructor, se alejó
frustrada hasta desvanecerse en la nada. Al observar que el árbol volvía a
retoñar, los niños quitaron las hojas de papel y dejaron que las verdaderas se
desarrollaran normalmente. Así el árbol volvió a lucir su hermosa fronda, sin temor a las maldades de la nube, y los niños pudieron jugar de nuevo bajo su
fresca y acogedora sombra.
CHIPI (Carlos Páez Ortiz)
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