Como todos saben, Dios hizo el mundo en siete días y al final de esa
semana de ardua labor, se recostó en su hamaca a descansar y a contemplar su
maravillosa obra. Había hecho el
universo completo, con sus estrellas, cometas, asteroides y planetas,
incluyendo nuestra casita, que es la Tierra.
Aquí hizo la atmósfera, los mares, los continentes, las
montañas, los desiertos, los polos y pobló su superficie de la más variada
vegetación y de innumerables especies de animales, incluyendo al hombre y la
mujer. Pero Dios no estaba solo. Lo había estado acompañando en su trabajo un
grupo de traviesos y curiosos angelitos que iban viendo, tocando y hasta
riéndose de lo que Él iba realizando. De pronto uno de ellos le dijo al
Creador, que seguía meciéndose en el chinchorro, -Todo está bien interesante, pero creemos que
hace falta algo, pues todo lo has dejado en blanco y negro. ¡Ja Ja Ja Ja Ja! –rió el Padre Eterno- Es que
ese es un trabajito que les voy a dejar a ustedes. Dicho esto, tomó un rayo de
blanca luz y la descompuso en una acuarela gigantesca de donde los querubines
empezaron a tomar las pinturas para ir volando a colorear lo creado por Dios, hasta quedar todo convertido en una
fantástica y maravillosa sinfonía de colores, como lo vemos hoy.
Hay quienes sostienen que este deseo del Creador aún persiste en
nosotros los niños y es por eso que nos gusta tanto echarle color a todos nuestros
dibujos.
CHIPI (Carlos Páez Ortiz)
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